UNA LLAMA QUE NO SE APAGA

¿Puede el amor a uno mismo no ser síntoma de egocentrismo? El autor de este artículo, afirma que si, y desde el bucólico paisaje de un campus universitario ingles señala que la confianza en nosotros mismo es el combustible que lleva a la felicidad.

    Oxford, agosto 2004.- Lo pensé una mañana, sentado en el césped del Deer Park (parque de los ciervos), frente a mi habitación en el Magdalen College. Estaba alojado en ese colegio por una semana, pues asistía al Congreso Internacional de la Sociedad Británica d Psicodrama. Antes había desayunado con colegas de diversas partes del mundo, en el comedor de los alumnos, en mesas largas de madera oscura, rodeado de grandes cuatros de personajes de la historia inglesa y con la luz multicolor de los vitrales medievales de las paredes.

    Vivir en uno de esos edificios del siglo XV era una experiencia que aumentaba la excitación provocada por el congreso en si mismo. Tenia unos minutos antes de la iniciación de los workshops en el vecino St. Hilda's College y quise grabar en mi memoria el momento: el césped muy cuidado, los ciervos pastando cerca, un roble centenario frente a mi y el río Cherwell, que bordea el Magdalen College a pocos metros, donde ya podía ver algunos botes con parejas paseando. Los caballeros, parados en la popa, clavaban una vara en el lecho del río para dar impulso.

    El sol, raro en Oxford, me entibiaba la cara, y sentí que le daba gracias a la vida por estar allí. Recordé que el día anterior había participado en un trabajo grupal en un workshop liderado por una terapeuta californiana que me había conmovido mucho: teníamos que representar al conquistador típico de cada uno de nuestros países de origen, y yo había terminado apoyado en un supuesto mostrador de boliche porteño y cantándole un tango a una colega portuguesa que me correspondió entonando un fado al mejor estilo Amalia Rodríguez, con los ojos entrecerrados y apretando entre los dedos, sobre el regazo, el clásico mantón negro. El tema de las conductas que tenemos los seres humanos para hacernos querer, vistas desde las que se emplean en otros países, era lo que me daba vueltas en la cabeza cuando me dormí esa noche.

    ¿Que nos pasa cuando creemos que necesitamos ser queridos? ¿Como explicar conductas tan diversas que oscilan entre los romanticismos mas ingenuos y las exageraciones mas patológicas?

    Se me ocurrió una metáfora: muchas veces, cuando manejamos un auto hacia un lugar deseado, nos sentimos seguros y eficaces al comprobar que tenemos combustible suficiente para llegar a destino. Si de repente se enciende la luz roja que marca que entramos en la reserva de combustible, podemos reaccionar con mucha ansiedad, sobre todo si el destino es muy deseado, y cometer el error de manejar demasiado rápido o demasiado despacio para llegar a la próxima estación de recarga. Podemos chocar, gastar todo el tanque y quedarnos a mitad de camino, con lo que aumentara nuestra ansiedad y quizás se complicara aun mas la búsqueda de soluciones.

    Y aquí viene mi metáfora: nosotros "manejamos" por la vida buscando nuestra felicidad (el sentirnos queridos es la forma mas importante).

    Nuestro combustible es la confianza que tenemos en nosotros mismos, nuestra autoestima, la imagen valorizada o no que tenemos de nosotros; nuestro prestigio interior.

    Si alguna circunstancia nos afecta ese "combustible de prestigio" (por ejemplo, creemos que fallamos en algo, que cometimos un error; aceptamos una critica injusta y severa o nos sentimos acusados, culpabilizados y fundamentalmente rechazados) se nos enciende una luz roja pues entramos en "zona de reserva de nuestro combustible valorizador". Y entonces, como con el auto, podemos entrar en la búsqueda ansiosa de reposición.

    Podemos querer compensar el prestigio supuestamente perdido exagerando narcisísticamente nuestras cualidades, recurrir a sustancias que creemos que nos ayudan a recuperar el valor, como drogas, alcohol, dinero, poder, sexualidad compensatoria, consumos exagerados o conductas controladoras y posesivas.

    La cultura condiciona; vende tanto las imágenes por las que perdemos el prestigio como las solucionas para recuperarlo, a raíz de la idea de que estamos "en el tanque de reserva".

    Sentado en el césped de Oxford, esa mañana pensé: ¿como seria nuestra vida si supiéramos que nuestro "tanque de reserva de amor propio", de autoestima, es inagotable?

    Si recordáramos que cuando nacimos teníamos toda la carga genética para ser felices, que fuimos queridos, aceptados, que nacimos con todo lo necesario para crecer y que entonces se encendió una llama dentro de nosotros que no se apagó nunca (puede hacer sido afectada por muchísimas circunstancias, si, pero no se apagó, pues si así fuera no estaríamos vivos).

    Como seria nuestra vida si recordáramos que podemos reavivarla siempre, que nadie la puede apagar y que es una reserva de amor inagotable.

    Quizás esta imagen de "tanque siempre lleno" nos ayude a no caer en la trampa de recurrir a mecanismos muchas veces muy dañinos para recuperar algo que -si lo tenemos claro- no se agota nunca.

    A esta "reserva" yo la llamo amor a uno mismo, y pienso que siendo conscientes de ella podemos desarrollarla y compartir de la mejor manera el amor para los otros y con ellos.

    Ese amor interno no nos aísla, sino que nos une mas que nunca con los otros para buscar juntos esa felicidad de la manera mas sana.

    Desde Oxford, esa mañana, sentí que mi tanque estaba lleno, que era feliz y que quería compartir mi experiencia con ustedes.

Fuente: Diario Nación. Autor: Jorge M. Brusca

El autor, argentino, es licenciado en psicología por la Universidad Nacional de Buenos Aires.

Desarrolla su tarea clínica en la atención de pacientes adultos, parejas y familias, y ha publicado numerosos artículos sobre la autoestima.

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